“Uno no puede escribir si pierde el asombro”
Carmen Posadas (Montevideo, Uruguay, 1953) asegura que escribir es el mejor psicoanálisis que ha podido tener en su vida. La autora mantuvo esta semana en Cuenca un encuentro literario, organizado por la Asociación Amigas de la Lectura -que ya le concedió en 2014 el Premio Glauka-, y en el que habló de su último libro, La maestra de títeres, protagonizado por Beatriz Calanda, un personaje excesivo y carne de las revistas del corazón. La novelista cree que un escritor se siente como un náufrago en una isla desierta que tira una botella al mar y no sabe dónde acabará. Por ello, considera que conversar con los lectores le permite saber que el mensaje ha llegado.
En La maestra de títeres retrata a la alta sociedad.
Retrato a toda la sociedad porque yo quería hacer una versión de La feria de las vanidades, una novela del siglo XIX que, a través de dos mujeres, una que es muy ambiciosa, inteligente, mala... y otra que es buena, retrata Inglaterra a lo largo de 60 años. Yo quería contar cómo ha cambiado España desde los 50 hasta ahora. Es la historia de una madre y una hija muy distintas.
¿Y cómo ha sido ese cambio?
Creo que España ha sido de los países que más cambió en un corto espacio de tiempo. Vine en el año 65 y luego empezó una cierta apertura. Llega el turismo, las suecas. Pero el Big Bang fue la muerte de Franco. El peso tan grande de la moral, de la religión... va desapareciendo. Esa España de blanco y negro se convierte en un país en tecnocolor.
¿Cómo se ha documentado?
He escrito novela histórica y parecía que esta me iba a resultar más fácil porque habla de épocas que conozco. Pero vi que documentarse de épocas que una conoce, es mucho más difícil que para una novela del siglo XII. Si te equivocas, se va a dar cuenta muchísima gente. Si te equivocas en una novela del XVIII, igual se da cuenta un profesor de Historia.
¿En quién se ha inspirado para el personaje de Beatriz Calanda?
La ficción siempre se construye con retazos de la realidad. Rara vez se elige un solo personaje sino que tomas cosas de distintas personas. Yo quería que fuera alguien de las revistas del corazón porque es muy significativo de lo que es el mundo actual. Hay gente que no ha hecho nada de mérito, que no sabe cantar, no sabe bailar... pero la gente sigue su vida como una novela por entregas. De los personajes reales del corazón, de uno he tomado sus muchos maridos; de otro, sus circunstancias personales; de otro, su aspecto físico... He hecho como una especie de collage y de ahí salió Beatriz Calanda. El contrapunto es el contraste con su madre, que es todo lo contrario: idealista, comprometida, generosa. Y también está su hija, que también es diferente.
¿Hay una parte autobiográfica?
Sí, todo lo que ve Ina, que llega a España en los 50, es muy autobiográfico porque es lo que yo veía cuando llegué. Muchas veces alguien que viene de fuera es capaz de retratar una sociedad más certeramente que quien vive en ella porque hay un montón de detalles en los que no se repara pero que a alguien de fuera le llaman la atención. Esa parte es muy autobiográfica. Beatriz Calanda viene a España en los 70 y esa es más mi época. Las discotecas a las que íbamos, cómo se ligaba, cómo empieza el destape, la revolución sexual... Todo eso lo he vivido.
Los personajes masculinos también tienen peso.
Me interesan mucho. En este libro era obligado que las protagonistas fueran mujeres porque quería recrear La feria de las vanidades. Pero trabajo mucho los personajes masculinos porque me aburre esta literatura de, para y sobre mujeres, en las que somos buenísimas y los hombres, muy malos. En mis personajes masculinos hay buenos y malos.
"Me divierte la sátira social pero no juzgo a mis personajes. Sigo a Stendhal, que decía que la literatura es un espejo al borde del camino"
¿Pretendía hacer un retrato o una caricatura de ese tipo de personajes?
A mí me divierte mucho la sátira social pero no juzgo a mis personajes. El que tiene que juzgar es el lector. Sigo los consejos de Sthendal, que decía que la literatura tiene que ser como un espejo al borde del camino.
¿Qué le aportan los encuentros literarios? ¿Le descubren cosas de sus novelas?
Claro, un libro no es lo que escribe un escritor sino lo que lee un lector y cada uno tiene una lectura distinta. Es muy interesante ver lo que la gente ve en mi libro. Yo he podido crear un personaje de una determinada manera pero alguien puede pensar que es de otra diferente. A mí me ayuda para saber qué es lo que gusta y lo que no.
¿Desde cuándo escribe?
Desde niña tenía un diario porque era muy retraída y timida. Ese diario lacrimógeno fue el comienzo de mi vocación. Me he ahorrado una pasta en psicoanálisis [risas]. Escribir es el mejor psicoanálisis que existe. Cuando escribes un problema, ya es menos problema. Y también es lo único que sé qué hacer. No sé a qué me habría dedicado si no... En el resto de cosas soy un desastre [risas].
¿Cómo ha cambiado Carmen Posadas?
Tengo un poco más de seguridad pero no mucha más. Ahora tengo más oficio. Escribir tiene una parte de talento que o se tiene o no se tiene pero también tiene una parte de oficio considerable. En eso he ganado. Quizás he perdido un poco de capacidad de asombro aunque me lo cuido mucho porque si uno pierde la capacidad de asombro, no puede escribir.
¿Sigue una rutina para escribir?
Soy muy rutinaria y diurna. Escribo por las mañanas, hasta la hora de comer. Por la tarde, la cabeza no me funciona y ni siquiera lo intento. Por las tardes, se supone que me dedico a leer pero esto se me ha complicado porque tengo cinco nietos y me gusta estar con ellos. Pero aprovecho los viajes para leer.
¿Algún proyecto en mente?
Debería empezar a pensar en una novela pero este libro me está llevando a muchos lugares, también a otros países. Y me voy a regalar seis meses sabáticos.