Son de hierro, pero podrían ser de corteza de árbol. Sus cuerpos se vencen hacia atrás como los troncos de madera junto al río y sus brazos se mueven caprichosos como las ramas de un bosque recién creado. No son las piedras, es el eco de los tambores retumbando entre las fauces de la corriente.
El tiempo avanza, el sudor aflora y la sangre brota al compás de la marea que acompaña al Salvador hacia su destino inevitable: aquel que hará que, sin embargo, su cuerpo se disuelva en haces de luz multicolor. Los vitrales son translúcidos, el espacio es diáfano y el espíritu constructivo que lo articula es el mismo que el que configura muchas creaciones en hierro: sí, ese metal que, en forma de meteorito, revestido de sacralidad cae del mismo lugar del que emana la luz.
“Sólo hay una flecha de catedral que nos pueda indicar un punto en el cielo donde nuestra alma quede suspendida. Como en la inquietud de la noche, las estrellas nos señalan puntos de esperanza en el cielo (…)”, decía Julio González para explicar el concepto –que dio origen a la escultura en hierro a principios del siglo XX– de Dibujar en el espacio, de dibujar en el vacío el boceto de un mundo donde todo tiene cabida tras elevar la mirada hacia arriba…
“¿Tú has observado las noches de Cuenca? La gente viene a verlas porque son impresionantes. Cuando eres un crío, te tumbas, miras las nubes y ves un perro… De ahí me viene…, yo veo y me imagino cosas (…). Sucede lo mismo que si vas al Museo de Arte Abstracto o a la Fundación Antonio Pérez, donde es la sensibilidad la que hace ver cosas que otros no ven (…)” –relata el escultor José Luís Martínez (Cuenca, 1957) junto a uno de los pilares del claustro de la catedral gótica de Santa María y San Julián que cobija su muestra: Pasión en hierro.
A la intemperie, en la mitad del camino los árboles siguen venciéndose, las ramas continúan chocando y el hierro reclamando el lugar que antes era del dominio de la madera, esa materia noble que, tallada por la gubia de Gregorio Fernández en Valladolid en el siglo XVII o de Luis Marco Pérez en Cuenca en el XX, dejó tan realistas escenas de la Pasión de Cristo en numerosas imágenes y pasos procesionales.
“Yo antes iba a muchas exposiciones, me gusta ver y aprender de muchas cosas y vi una exposición de artistas conquenses en la que se representaba la Semana Santa de Cuenca. Había obras en tela, en óleo, en acuarela, en barro, en madera…, y al salir, pensé: ‘aquí falta algo, falta el hierro (…)’: un metal que, sin embargo, en otros tiempos fue mortífero, con el que se fabricaron artefactos de guerra, que materializó los avances de la Revolución Industrial…
¿Y cómo es el hierro? ¿Qué tiene este que no tengan otros materiales? “El hierro tiene la fuerza de las espadas pero no es como el bronce, el bronce hay que trabajarlo fundido, el hierro no hace falta (…). Mis piezas son únicas, están hechas directamente. Este tiempo de atrás estuve hablando con un maestro fundidor y me dijo: ‘si quieres hacemos esto en bronce’ y le dije que no. Es igual que cuando una vez hice unos turbos y se me ocurrió pintarlos con túnicas amarillas, verdes (…). Había muchos que me decían: ‘¿te has pasado al barro?’ El hierro se quiere ver tal y como es, con ese óxido, con esos cambios de brillo que tiene (…)”.
Y es así, tal y como es y tal y como lo encuentra, como José Luis Martínez utiliza el hierro, lo suelda, lo ensambla…: “El mejor escultor de todos es Miguel Ángel, él trabajaba el mármol, pero decía que la obra estaba dentro del bloque. Todo está dentro de lo que tú piensas hacer. Hay veces que te pones a hacer algo y cuando realmente ves las cosas es cuando te separas. Yo hice un Cristo que estaba en el Parador hace tres o cuatro años y si te acercabas no veías nada más que un cuenco y una pequeña nariz, pero cuando te alejabas, tenía rostro (…)” –cuenta el ‘herrero del barrio de San Antón’–.
¿Herrero?, ¿escultor?, ¿artista? “El de herrero es un oficio extraordinario y muy noble, además de muy antiguo, la prueba la tienes en las rejas de la catedral. Mi taller antiguamente fue una herrería, la herrería del maestro Vitoriano Carbonero, entonces a mí me relacionan con esa antigua herrería y con el herrero de San Antón, pero eso no quiere decir que yo haga puertas o ventanas (…), yo lo que hago son figuras. Eso no quita que yo me haga una reja, sé hacerla, pero no me dedico a ello, yo transformo el hierro para intentar hacer algo más”.
Naturaleza y abstracción
José Luis Martínez dibuja en el espacio, lo hace en obras de tendencia sintética y abstracta –rindiendo homenaje a la abstracción que tanta importancia ha tenido en su ciudad natal– en las que evoca los elementos de la naturaleza. En estas, la forma del viento está presente como lo está en esa espiral de hierro, conservada en el Museo de Arte Abstracto, que dibuja El Viento de Martín Chirino, un escultor que, como no podía ser de otro modo, estuvo en Cuenca, y que, según él, dibujaba en la propia arena sus espirales...
El “herrero” de uno de los barrios más antiguos de la ciudad hizo el viento, hizo el agua en forma de ola rompiente e hizo el fuego, ese elemento de la naturaleza con el que, a través de la soldadura eléctrica, engarza las piezas de hierro que, en muchas ocasiones, le proporcionan sus amigos de Ferroconquense. Con ellas, este ha dado forma a casi todos los pasos de la Semana Santa de Cuenca en las esculturas que exhibe en la catedral. “Lo primero que he hecho ha sido respetar todas las imágenes, el respeto es fundamental, y las he intentado representar de tal forma que la gente que venga de fuera vea los pasos que tenemos en Cuenca, porque los que estamos aquí ya los conocemos. Falta alguno pero he intentado aproximarme lo máximo posible, y, además, he realizado la Santa Cena de Luis Marco Pérez y una Negación de San Pedro perdida en la guerra”.
Con el hierro, ese metal que a principios del siglo XX consiguió llevar a la escultura a su momento gótico y que tanto se adecúa al espíritu de regresión medieval con el que el que se asocia a lo español, el escultor conquense ha realizado las imágenes de San Juan Bautista –la primera que realizó dentro de esta temática–, el Amarrado –a cuya hermandad pertenece–, el Jesús del Puente, el Cristo de los Espejos, el de la Caña, el Ecce Homo o la Verónica, entre otros muchos junto a los cuales pueden leerse, en diferentes cartelas añadidas por el párroco del barrio de la Fuente del Oro, fragmentos de los pasajes de la Pasión.
La expresividad que a las tallas de madera confieren la policromía y las encarnaciones, a las esculturas en hierro se la aporta la textura y las tonalidades del metal, un metal con el que el escultor empezó a familiarizarse cuando tenía solo diecisiete años en un taller de reparaciones de radiadores de coches. En este aprendió a trabajar con la soldadura autógena antes de comenzar a trabajar con la soldadura eléctrica montando estructuras metálicas y de estudiar en el Instituto Pedro Mercedes. “Allí estuve un tiempo en el taller de herrería con el señor Pedro, que era maestro herrero (…)”.
Con herramientas fabricadas por él mismo, José Luis Martínez ha dado vida a imágenes de una enorme expresividad tanto por la textura que confiere al hierro como por los gestos y posturas de las figuras e, incluso, por esos cabellos revoltosos recortados con tijeras alrededor de sus cabezas. He ahí ese personaje que curva su torso hacia atrás para flagelar al Amarrado con fuerza, esas piernas abiertas del Cirineo ayudando a Cristo a portar la cruz o esas manos grandes de Jesús en el “Bautismo dentro del Bautismo”, una obra ante la que recuerda el apoyo brindado por Antonio Garrote, en cuya tienda de marcos realizó, además, su primera exposición.
Todas las esculturas parecen tener vida propia, una existencia nerviosa marcada por el drama: su dermis está herida, muestra las huellas del sufrimiento que ha dejado el fuego de la Pasión irradiado por el soplete. Los dedos del Nazareno se agarrotan sobre el banzo al pasar por la calle del Peso, la espalda de Cristo se agazapa ante el conjuro de tambores, clarines y horquillas durante el amanecer, los nazarenos, con joroba, arrastran los pies con dificultad sin apenas levantarlos del suelo pese al alborozo que hace a los turbos tocar cada vez con más ímpetu…
-¿Y… y esta otra obra?
“Aparece el puente viejo, un capataz de banceros, la naturaleza (…)” –dice José Luis al ser interrogado por una de las obras bidimensionales que cuelgan en las crujías del claustro de la catedral–. “Esta obra, una cruz en un espacio completamente negro, no hay que mirarla desde cualquier parte, sino desde una sola parte porque el perfil de Cristo no lo da el hierro… ¿Lo ves?”
-¿Y qué da el perfil de Cristo entonces?
“La Pasión de Cuenca es luz (…)” –termina diciendo el escultor–…, esa misma luz que penetra por los vitrales de la catedral que acoge sus obras, esa misma luz de la naturaleza que, al ser observada desde la puerta de su taller junto al río Júcar durante un día de sol, le brindó las formas de los árboles para hacer los cuerpos de los turbos, esa misma luz que irradia el fuego de su soplete eléctrico al engarzar los miembros y dejar las heridas provocadas por el dolor…